La factura económica de la pandemia covid-19 empieza a dejarse notar en los bolsillos de empresas, hogares y arcas públicas. En 2020, la deuda global alcanzó un nuevo récord de 281 billones de dólares, con un incremento de 24 billones solo en el pasado ejercicio, más de una cuarta parte de lo que aumentó en toda la década anterior.

¿Qué paso en 2020 con México y la deuda?
Ahora hablemos que en México esta pandemia del coronavirus asestó un duro golpe a las finanzas públicas, en 2020, la deuda de México representó el 52.4% del PIB, una cifra histórica, en 2019 el nivel fue de 45.1%.

Además, el costo de esta deuda o pago por intereses representó el 3% del PIB, el nivel más alto registrado desde el año 2000, llevándose una proporción del 11.4% del presupuesto de egresos en 2020.
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Japón, potencia mundial con una deuda pública estratosférica
El país debe un 266% de su PIB, unos 10,2 billones de dólares, lo que equivale a unos 80.000 dólares por habitante. Además, la deuda no ha dejado de subir: en toda la última década, el déficit público más bajo se registró este pasado mes de marzo, con un 5,8% del PIB de descuadre entre gastos e ingresos.

Unas cifras que llevarían a solicitar un rescate -o varios- a más de un país y que harían desmayarse a la Comisión Europea de ocurrir en este lado del mundo. Y, sin embargo, no pasa nada.
Japón sigue siendo el país con la mayor deuda pública en relación a su producto interior bruto del mundo. Los estímulos económicos puestos en marcha durante la pandemia no han hecho sino aumentar su deuda.

¿Qué dice el Fondo Monetario Internacional?
Aún sin solicitar mayor deuda a la aprobada, el FMI proyecta que la deuda de México represente el 63% del PIB al cierre de este año.

Mientras que para Japón el FMI prevé un desempleo del 3,3% para 2020 y del 2,8% este año.
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La clave para la recuperación en México
El FMI considera que para que las autoridades reactiven el crecimiento económico y contrarrestar los shocks macroeconómicos es necesario que inviertan para el futuro en sistemas sanitarios, infraestructura, tecnologías con bajos niveles de carbono, educación e investigación para impulsar el crecimiento de la productividad.

También adoptar políticas discrecionales bien planificadas, y reforzar los estabilizadores automáticos, incluidos los aspectos del sistema de impuestos y prestaciones que estabilicen los ingresos y el consumo, como la fiscalidad progresiva y la asistencia por desempleo.